domingo, septiembre 11, 2005

El Amor Cortes....Octavio Paz

Juana Inés debe haber jugado ese juego mientras vivió en el palacio. Igual experiencia de la galantería revelan otros escritos suyos: las letras para ser cantadas y bailadas, las redondillas, las seguidillas, las endechas, los billetes, los sainetes y las comedias. En su prólogo al tomo IV de las Obras completas, al examinar el teatro profano de la poetisa, Alberto G. Salceda se detiene con pertinencia en uno de los sainetes que se representaron en el estreno de Los empeños de una casa. El subtítulo del sainete primero es de palacio y en éllos personajes, llamados "entes de palacio", se disputan un premio más bien extraño: no el favor de las damas sino su menosprecio! Salceda piensa que se trata de una suerte de apéndice a un hipotético "tratado del amor" disperso en las obras de sor Juana. El sainete, agrega este crítico, no trata "del amor propiamente, sino de un simulacro suyo, curioso y muy propio de su tiempo, y que fue conocido con la designación de galanteo de palacio". En realidad, el sainete no es una excepción: temas y motivos afines aparecen en muchos otros poemas. Para dar una idea de lo que eran los galanteos de palacio, Salceda cita una larga descripción del duque de Maura. Casi todo lo que dice el historiador español sobre la corte real de Madrid es aplicable a la corte virreinal de México, calcada de aquélla. Desde la época de Felipe IV, cuando al fin se estableció definitivamente la sede real en Madrid, se generalizó la práctica, entre la nobleza española, de enviar a las hijas de las grandes familias a la corte, como damas de la reina. Las muchachas vivían en los altos de palacio, participaban activamente en la vida de la corte y estaban presentes en todas sus procesiones, recepciones, bailes, festejos y ceremonias. Nada más natural que se formasen relaciones eróticas entre las damas de la reina y los cortesanos. Sólo que, como escaseaban en el concurso varonil los solteros jóvenes, que servían lejos de la corte o no habían aún adquirido jerarquía para frecuentarla, las parejas estables o movedizas que se anudaban, divorciaban, entrecruzaban, o intercambiaban sin cesar, eran por lo común de casado y soltera...
Esas relaciones se "trababan por consentimiento mutuo" y, claro está, se deshacían en el momento en que las damas le la reina cambiaban de estado y se casaban. La descripción del duque de Maura amerita algunas reflexiones. Los galanteos de palacio eran una excepción a la regla general. Esta última prescribía que los matrimonios fuesen concertados por las familias del novio y de la novia; :las consideraciones sociales y económicas eran las preeminentes, no la voluntad ni la afición de los desposados. Las elaciones eróticas -dominio de la subjetividad y de potencias indiferentes y aun contrarias a los intereses y a las jerarquías sociales- no podían manifestarse sino fuera del matrimonio y como una ruptura del orden social. 'El consentimiento sólo operaba en la vida libre de los solteros " en el caso de las muchachas nobles, en los galanteos de ,alacio. Esta costumbre es un nuevo ejemplo de la naturaleza del amor en Occidente, extraordinaria invención de nuestra civilización. Desde su nacimiento, la idea del amor en Occidente estuvo ligada a la transgresión; la institución que describe el duque le Maura no es sino una variante de esta regla universal. La transgresión del siglo XVII se desplegaba dentro de dos anales estrictos. Uno era social: esos juegos eróticos eran ,dominio de los cortesanos. Otro se refería al sexo de los protagonistas: había una diferencia básica entre lo que se permitía a los hombres y lo que se permitía a las mujeres. Esa diferencia estaba determinada por la fisiología: había e1 peligro de que las muchachas tuviesen hijos de esas uniones premaritales. La libertad de los solteros era casi irrestricta y de ahí la abundancia de bastardos; en cambio, DS galanteos de las muchachas nobles casi nunca tenían tor consecuencia la procreación de hijos, sea porque la unión sexual no se consumaba enteramente o porque se acudía a prácticas como el coitus interruptus y, en secreto, el aborto. Los galanteos de palacio eran una institución que, simultánea y contradictoriamente, estimulaba la libertad erótica y limitaba su realización. Pero la contradicción era más profunda: por una parte, se fomentaban y, tácitamente, se aprobaban las infracciones; por la otra, se levantaba un obstáculo insuperable a su legalización. Los galanes de las damas eran casados y, por lo tanto, en caso de procreación, no se les podía exigir la reparación usual en estos casos: el matrimonio. Naturaleza dual de esta curiosa costumbre: no legalizaba la transgresión y, no obstante, la consagraba. Los galanteos de palacio son un momento de la historia de la erótica de Occidente. El código de la cortesía está íntimamente ligado al código de la galantería; ambos son tentativas para regular, en el espacio cerrado del palacio, el juego de las pasiones, sin ahogadas y limitando, hasta donde es posible, los estragos de su violencia. El origen de la cortesía y la galantería está en Provenza: allí floreció 'la primera sociedad cortesana de Occidente. Provenza elaboró, influida por la erótica árabe, al mismo tiempo que una filosofía y una física del amor, un código erótico: el amor cortés. Los galanteos de palacio reproducen, aunque en un modo más frívolo, la relación de las damas y los trovadores de los siglos XII y XIII. Al reproducida, la invierten: en Provenza las damas eran las casadas y los galanes los solteros. Esta diferencia es reveladora: Provenza exaltó a la mujer, le devolvió cierta libertad y la colocó en una situación de relativa autonomía frente a los hombres y las instituciones masculinas. La derrota de Provenza y de la herejía cátara fue también la del amor cortés. En las hogueras encendidas por Simón de Montfort y los inquisidores dominicanos la Iglesia católica quemó, al mismo tiempo, a los herejes albigenses y a la libertad femenina. Esta diferencia entre los galanteos de palacio y el amor cortés no anula la semejanza esencial: en una y otra sociedad están presentes los dos rasgos esenciales que distinguen a la erótica occidental de todas las otras, la transgresión y la idealización. Relación fuera del matrimonio y unión sexual no consumada, o que, al menos, no produce hijos. Intensa erotización de la vida social -las ceremonias y fiestas giran en torno al eje de las relaciones ilícitas entre damas y galanes- y, al mismo tiempo, sublimación de la pasión erótica.
El platonismo se inserta naturalmente en este contexto social: el amor asciende del cuerpo al alma -y las almas, como sor Juana no se cansa de repetirlo, no tienen sexo, En su origen, el amor occidental fue predominantemente homosexual. Pienso, claro está, en Atenas y en Platón, que fue el primero en darle dignidad filosófica y espiritual al amor, al convertirlo en una escala del conocimiento y en una forma de la contemplación, Entre los poetas alejan drinos y romanos, creadores en no menor proporción que Platón y los filósofos del mito y el concepto del amor, la pasión erótica es fundamentalmente heterosexual -aunque también conoce la bisexualidad- y está ligada a los celos, es decir, al albedrío de la persona amada. Los poetas descubrieron algo que Platón ignoró: la libertad de la persona amada, La razón es, probablemente, de orden histórico: en Alejandría y, sobre todo, en Roma, las mujeres de las clases altas conocieron una libertad y una autonomía -jurídica, económica, social y erótica- impensables en Atenas, Para Platón la persona amada, incluso en su forma más elevada, es un objeto, sea de placer o de contemplación espiritual; para Catulo y Propercio, la persona amada es ante todo una libertad, un ser humano con el que entabla mos una relación difícil y en la cual nuestra libertad también se ejercita y se compromete. Para Platón el amor es conocimiento; para los poetas, reconocimiento, La Antiguedad nos legó las dos notas centrales de nuestra idea del amor: amamos el cuerpo de una persona pero también y sobre todo a su alma; y esa persona, por ser un alma única, es un ser libre y no un objeto. La raíz del amor único está en esta idea del alma individual que reside en cada .cuerpo. La historia del amor está indisolublemente ligada a la historia del alma. Al descubrir el alma -"esa gota de sangre extranjera en la cultura griega", como dice Rode los filósofos descubrieron al amor: los seres hu manos son únicos porque su cuerpo es la casa o la cárcel) de un alma, esa chispa inmortal. Para el mundo antiguo la mujer era un objeto o una función: cortesana, madre, pitonisa, El platonismo y, sobre todo, la poesía erótica de Catulo y Propercio, transformaron decisivamente la relación amorosa al convertir al objeto erótico en un sujeto con alma, esto es, en una persona dueña de un albedrío,
La imaginación poética formuló por primera vez uno de los enigmas que han fascinado a Occidente y que han sido el tema de nuestros poemas, novelas, comedias y tragedias: el amor es una extraña combinación de fatalidad y libertad, Por el poder de un filtro o ge otra magia cualquiera que paraliza nuestra voluntad o la cambia, podemos enamoramos de un ser indigno y aun perverso, como lo dice una y otra vez Catulo, Así, el problema de la existencia del mal y de su terrible atracción aparece también en el amor, por más escandaloso que esto resulte para Platón y sus discípulos, Si el amor como fatalidad nos enfrenta al misterio del mal y del sufrimiento -¿por qué amamos nuestra perdición?-, el amor como libertad nos enfrenta a otro misterio no menos terrible: la transmutación del sujeto en objeto y la de éste en sujeto, De nuevo: en el amor buscamos no tanto el conocimiento, según quería Platón, como el reconocimiento: al elegir al objeto de nuestro amor, queremos que él también nos elija, La dialéctica de la elección erótica hace del objeto un sujeto y a la inversa, El amor se propone un imposible pero ese imposible es la condición del amor: hacer del tú un yo y del yo un tú. Los árabes recogieron la herencia platónica, la reinsertaron en la mística sufí y la transmitieron a los provenzales, A través de los herederos de Provenza -Cavalcanti, Dante, Petrarca - esta concepción llega a la Florencia neoplatónica de los Médicis, donde, reformulada, se convertirá en el alimento espiritual de todos los grandes poetas y novelistas modernos. El amor es una experiencia espiritual para nosotros, los hombres de Occidente; y más: es un camino que nos conduce a la contemplación de las esencias o a la unión con la verdadera realidad. Por eso no es sinónimo de procreación: es una transgresión -también una sublimación- del orden social tal como lo encarnan el matrimonio y la familia, Aunque originado en el cuerpo e indisolublemente ligado a él, la esencia del amor es espiritual. Todos estos conceptos, tal como fueron reelaborados por el neoplatonismo renacentista y por la poesía y el teatro hispánico de los siglos XVI y XVII, reaparecen en los escritos de sor Juana, Por ejemplo, la idea del amor como una pasión espiritual que trasciende los sexos se encuentra ya en las epístolas de Marsilio Ficino a sus amigos. Desde esta perspectiva parecerán menos extraños para los lectores modernos los apasionados poemas de Juana Inés a María Luisa de Gonzaga, condesa de Paredes. Aunque inspirados en una filosofía del amor que remonta a Provenza, los galanteos de palacio estaban destinados, más que a ilustrar una idea del amor, a introducir un poco de orden en una sociedad cerrada en la que individuos de ambos sexos estaban obligados a convivir con cierta intimidad. Más que una ideología del amor era un código de convivencia erótica. La función de los galanteos de palacio es parte de lo que podría llamarse la higiene pasional de la sociedad. En cierto modo las instituciones de esa índole eran (y son) la contrapartida y el complemento de la prostitución. Todos los ritos eróticos son sexualidad socializada; los galanteos de palacio eran sexualidad transformada en teatro: ballet pasional, ceremonia sexual que evocaba las rondas de los pavos reales de la misma manera que los torneos eran una metáfora de los combates entre los ciervos. Los torneos corresponden a la sociedad feudal en su época final; los galanteos de palacio representan el mundo de la sociedad cortesana de los siglos XVII y XVIII. En un caso, alegoría del combate erótico; en el otro, danza de los astros y planetas masculinos y femeninos en torno al rey-sol.

Sacado del Libro "Sor Juana Ines de la Cruz o las trampas de la fe"

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